Ese día, me centré en escuchar esa voz que casi era un susurro al lado del bombeo de mi apasionado corazón. Decía cosas con mucho sentido, carentes de valor para el órgano principal del aparato circulatorio, cosas en las que llevaba razón... Supongo que por eso se llama así.

... Pero con el tiempo, me dí cuenta de que seguir sólo las órdenes del corazón, a veces hacía daño, era engañoso... Esperanzador, pero en vano. Y mientras mi corazón me consolaba, mi razón me decía "Te lo dije y no quisiste escucharme".
Fue en es
e punto, cuando me dí cuenta de que mi corazón a veces me engañaba para hacerme feliz. Y le odié. Le odié por darme esperanzas, por hacerme creer en falacias, en sueños rotos, en ilusiones que debían perderse en el olvido. Y dejé de escucharle. Todo se lo entregué a razón, que me dijo "cuidaré bien de ti".

Y lo hizo, sí... Pero a costa de desconfianzas, prejuicios y juicios de valor que eran bastante dudosos, siempre influídos por la fina cortina de la inseguridad... Seguir pues, sólo los dictados de mi razón, tampoco me ayudó. ¿Qué debía hacer? Tanto uno como otro, eran demasiado extremos, no tenían un término medio que fuera el juez.

Así que un día los reuní a ambos y les dije que se pusieran de acuerdo. Es díficil, MUY difícil que lo hagan, pero a veces, lo consiguen. Ambos te dan sus razones y tú, sabiendo como son, debes "limpiar el terreno" y quedarte con los hechos que realmente les da a cada uno la razón. Pero la sentencia, es sólo tuya.
De ese modo, me dí cuenta de que son un gran equipo aunque apenas se pongan de acuerdo. Suelen llevar la razón a veces a la vez e incluso a veces ninguno, pero pocas veces uno u otro te da una respuesta incorrecta. Sólo tú, tienes que aprender a ser juez imparcial. Suele ser complicado al principio, pero vas cogiendo soltura.
Y al final te das cuenta de que podrán guiarte en el camino y darte sus propias respuestas... Pero al final sólo tú, decides a favor de quién dictas la sentencia.
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