viernes, 30 de marzo de 2012

Corazón y Razón

Siempre carecí de pretextos. Me guiaba por impulsos, por latidos del corazón. Él ordenaba y yo simplemente, seguía instrucciones, como un niño en un aula de primaria. Latidos, latidos, latidos... Y un día me dí cuenta de otra voz: Mi cabeza también daba órdenes, pero los latidos siempre eran más fuertes. Con tanto ruido, nunca escuché la voz de mi razón.

Ese día, me centré en escuchar esa voz que casi era un susurro al lado del bombeo de mi apasionado corazón. Decía cosas con mucho sentido, carentes de valor para el órgano principal del aparato circulatorio, cosas en las que llevaba razón... Supongo que por eso se llama así.

Escucharle, muchas veces, me suponía un gran esfuerzo. Yo, que siempre había obviado otra forma de sentir la vida, tenía ahora dos formas de verla... Y era agotador. No sólo por el hecho de escuchar siempre al unísono y repetitivamente las dos opciones que ambos me brindaban, sino porque las opciones de razón, siempre eran más desalentadoras que las de corazón... Y habiéndome guiado toda mi vida por los latidos, los pensamientos carecían de tantísimo valor...

... Pero con el tiempo, me dí cuenta de que seguir sólo las órdenes del corazón, a veces hacía daño, era engañoso... Esperanzador, pero en vano. Y mientras mi corazón me consolaba, mi razón me decía "Te lo dije y no quisiste escucharme".

Fue en ese punto, cuando me dí cuenta de que mi corazón a veces me engañaba para hacerme feliz. Y le odié. Le odié por darme esperanzas, por hacerme creer en falacias, en sueños rotos, en ilusiones que debían perderse en el olvido. Y dejé de escucharle. Todo se lo entregué a razón, que me dijo "cuidaré bien de ti".

Y lo hizo, sí... Pero a costa de desconfianzas, prejuicios y juicios de valor que eran bastante dudosos, siempre influídos por la fina cortina de la inseguridad... Seguir pues, sólo los dictados de mi razón, tampoco me ayudó. ¿Qué debía hacer? Tanto uno como otro, eran demasiado extremos, no tenían un término medio que fuera el juez.

Muchos meses pasaron hasta que me dí cuenta de que el juez entre ellos, sólo podía ser yo. Me dí cuenta de que el corazón habla con la esperanza en mano porque él es así, siempre optimista, siempre con el "" por delante, con los sueños e ilusiones bajo el brazo, con la emoción de un niño. Razón sin embargo, es muy adulta, demasiado madura. Conoce la vida demasiado, los palos, los miedos, las inseguridades. Ha sobrevivido a terrenos pantanosos, a desilusiones, sueños rotos, vanas esperanzas y sigue de pié, aprendiendo cada día de los errores y poniendo el salvavidas antes de la catástrofe sólo "por si acaso".

Así que un día los reuní a ambos y les dije que se pusieran de acuerdo. Es díficil, MUY difícil que lo hagan, pero a veces, lo consiguen. Ambos te dan sus razones y tú, sabiendo como son, debes "limpiar el terreno" y quedarte con los hechos que realmente les da a cada uno la razón. Pero la sentencia, es sólo tuya.

De ese modo, me dí cuenta de que son un gran equipo aunque apenas se pongan de acuerdo. Suelen llevar la razón a veces a la vez e incluso a veces ninguno, pero pocas veces uno u otro te da una respuesta incorrecta. Sólo tú, tienes que aprender a ser juez imparcial. Suele ser complicado al principio, pero vas cogiendo soltura.

Y al final te das cuenta de que podrán guiarte en el camino y darte sus propias respuestas... Pero al final sólo tú, decides a favor de quién dictas la sentencia.

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